domingo, 19 de abril de 2015

A VUELTAS CON LA PLAZA RUFINO CASTRO


La plaza de Rufino Castro está en la Alhóndiga, en Getafe. Es una plaza recoleta, con una pequeña ermita en el centro. Y uno de los centros neurálgicos del barrio, por no decir el único. En ella se desarrolla la vida del barrio como en cualquier plaza de pueblo de España. Porque la Alhóndiga es, en definitiva, un pueblo. Enclavado dentro de uno mayor, Getafe, que ostenta, con orgullo, ser la capital del Sur de Madrid.

En la plaza se ve por las mañanas a los mayores tomando el sol, cuando lo hace, que es casi todos los días, o charlando amigablemente sobre el pasado, el presente y el futuro. Se habla mucho de cómo era el barrio hace años, de cómo era la vida en los pueblos de origen de cada uno, de cómo nos tratan los políticos y qué se espera de los gobernantes, de lo mal que lo hace el Madrid o el Barça....
Por las tardes, los chavales descansan de su jornada escolar jugando en ella. Como se ha hecho toda la vida en las plazas y calles de todos los pueblos. Mientras, los padres y las madres disfrutan de una tranquila charla sentados en los bancos que hay dispuestos por toda la plaza o toman un café en las terrazas de los bares que asoman a la misma.

En verano es punto de encuentro de pequeños y mayores que disfrutan del aire libre y de la brisa nocturna, cuando la hay, refresco más que necesario para mitigar los ardientes calores que nuestro sol distribuye generosamente durante el día.

A lo largo del día, es un lugar de paso para los vecinos del barrio que van a comprar, hacer gestiones al centro, o a llevar a los niños a los dos colegios que están unos metros más abajo, en el paseo que vertebra el barrio desde esta plaza hasta el Greco, donde se enclavan el Centro Cívico y el Centro de Salud (un poco lejos para los que vivimos en la otra punta del barrio, pero bueno).

La Alhóndiga es un barrio que surge con la llegada de inmigrantes a Getafe en la década de los 60 y 70. Entonces eran inmigrantes de la España rural, principalmente de Toledo, Ciudad Real, Extremadura y Andalucía. Hoy sigue siendo un barrio de inmigrantes. Pero, a diferencia de antaño, hoy vienen de sitios más lejanos: China, Sudamérica, África, Europa del Norte, Países Bálticos... Si en los años 70 la Alhóndiga era un compendio de regiones españolas, cada una con sus costumbres y tradiciones y sus peculiaridades lingüísticas, hoy es un crisol de ciudadanos del mundo con las diferencias propias de las distintas etnias, lenguas y tradiciones.

A lo largo de estos años la Alhóndiga ha sabido integrar a todos los que habitaban en ella, formando una unidad propia, un ente único, un auténtico pueblo en definitiva. Y hoy sigue en ese empeño. Cuesta más, por las diferencias de lengua. Muchos de los inmigrantes no hablan castellano, pero viven y participan en la vida cotidiana del barrio procurando integrarse en la medida de lo posible y siempre con la limitación de encontrar una vivienda de alquiler asequible a sus ingresos.

Pero no todo es idílico en este barrio. Lamentablemente, hay vecinos, españoles que viven en la misma plaza, que no les gusta que la plaza sea plaza. No quieren que la gente, los vecinos, estén en la plaza, sobre todo si esos vecinos no son españoles.  

Sorprendentemente, en el pleno de Marzo del Ayuntamiento el PSOE llevó una propuesta para hablar de la "inseguridad" existente en la plaza de Rufino y pedir que la Policía controle la vida en la misma. Propuesta que venía, a su vez, de la Asociación de Vecinos de la Alhóndiga a petición  de los vecinos que "encabezan" la protesta y que, casualmente, son miembros de dicha Asociación. En esa propuesta se recogían quejas de unos vecinos que pintaban la plaza de Rufino como el Chicago de los años 30. Según su narración tan sólo hay ruidos, peleas, reyertas, contrabando, venta de droga... Sólo faltaban Al Capone y sus sicarios metralleta en mano.

Menos mal que al Pleno asistió la Mesa Vecinal, una entidad compuesta por distintas asociaciones del barrio (Orión, Junior, La Maraña, Red de Apoyo Solidario, Al Falah ...), la parroquia de San Rafael, vecinos y vecinas, a título individual, de las distintas nacionalidades que habitan el barrio. La portavoz de la Mesa Vecinal dió al Pleno, y a los ciudadanos en general, una visión real del barrio y de la plaza. Realidad que nada tiene que ver con los argumentos de la Asociación de Vecinos sobre botellones, suciedad, reyertas, menudeo de drogas, prostitución, etc.

En el entorno de Rufino no hay nada de eso. Y, por supuesto, los denunciantes no tienen medios para probar sus afirmaciones. Y, si los tienen, nada mejor que publicarlos y ponerlos en mano de las autoridades policiales para la persecución de los posibles delitos.

El botellón se concentra en otros sitios, no en la plaza de Rufino. Claro que, a lo mejor, se considera botellón el que los vecinos estén en las terrazas de los bares. Los más afortunados, los que pueden pagarse una consumición tranquilamente en un bar. Otros, los que no tienen trabajo, ni dinero y no pueden permitirse sentarse en la terraza de un bar, tienen que contentarse con comprarse una litrona y compartirla entre dos o tres, sentados en un banco. Un botellón consiste en grupos numerosos de personas con la música a tope, de madrugada, y con grandes vasos de cubatas en las manos. Obviamente, nadie ha visto nada de eso en Rufino ni en su entorno.

No hay reyertas.

No hay prostitutas en las esquinas de la plaza, ni en las calles, ofreciendo sus servicios a los viandantes. Si alguien desempeña esa labor lo hará en su casa o en algún local discreto. Entre otras cosas porque dudo mucho que sus clientes quieran ser señalados como tales públicamente.

Drogas... el trapicheo se da en todos los barrios y, siempre, de manera discreta. Lo último que desean los pequeños camellos es hacerse notar y que la policía esté encima de ellos. Y de eso la Alhóndiga, y especialmente, la plaza de Rufino, tiene mucha experiencia y puede hablar, y mucho. En los 80 fue uno de los barrios más castigados por la droga y, entonces sí, la plaza era un hervidero de yonquis y los delitos se sucedían minuto a minuto.

¿Qué ocurre realmente en la plaza? Pues que por las tardes se llena de niños jugando con la pelota (el fútbol se ha convertido en el único juego) porque no tienen otro sitio adónde ir. Los colegios tienen unas pistas maravillosas. Pero fueron cerradas fuera del horario escolar hace años; y el gobierno actual (PP) se ha negado a reabrirlas a pesar de que la Mesa Vecinal lleva tres años pidiéndolo de todas las maneras posibles y reuniéndose en numerosas ocasiones con el concejal responsable.

Unos niños jugando con una pelota. Lo que se ha hecho de toda la vida en cualquier plaza de cualquier pueblo. Niños corriendo y jugando. Eso es todo. Hace treinta años ocurría lo mismo. Entonces no se protestaba porque eran los hijos de quienes hoy alzan la voz reclamando una plaza tranquila. Y, además, eran españoles. Hoy los niños que juegan en la plaza son, en su mayoría, de origen sudamericano, marroquí o de europa del este. Pero son eso, niños.

Y, por otro lado, los hispanos y los marroquíes tienen la sana costumbre de vivir en las plazas y en la calle, igual que se ha hecho tradicionalmente en España a lo largo de muchos siglos. Y se sigue haciendo aún en nuestros pueblos. Las plazas son un punto de encuentro y convivencia vecinal.  

Que eso genera ruido. Es discutible. Puede ser que, en algunos momentos, se levante la voz (costumbre también muy española la de hablar en alto, o llamar a los niños a pleno pulmón desde el balcón o la ventana -y no digamos cuando se hace desde el último piso de las torres- para cenar, comer o irse a la cama). Pero eso va incluido en la propia vida de la plaza.

Que esto suponga un estado policial en la plaza de Rufino, como se aprobó en el Pleno por mayoría, es sencillamente inadmisible. En honor a la verdad, he de decir que el único voto en contra fue el de IU.

Si por el deseo de cuatro vecinos (no son más) que no soportan extranjeros en la plaza, tenemos que soportar una dictadura, yo no estoy dispuesto. A mí, particularmente, me molestan más los gritos de los forofos futboleros cuando celebran los goles en sus casas y se oyen por todo el barrio. O la estúpida, absurda, y peligrosa, costumbre de tirar petardos y tracas cuando gana tal o cual equipo o se celebra una boda, o una comunión.

Pero de eso no se quejan los vecinos protestones. Tampoco se quejan cuando las españolas se dedican a tirar a la calle la pelusa de los cepillos tras barrer sus casas, o sacuden mantas, sábanas, alfombras y manteles por ventanas y balcones, o, directamente, como me ha ocurrido personalmente, tiran el agua del cubo de la fregona directamente a la calle por el balcón. Son muy limpias y muy cuidadas ellas. Curiosamente, no he visto a ningún extranjero haciendo tales estulticias.

Pero el PSOE no sólo se ha limitado a servir de vocero de la Asociación de Vecinos, sino que ha buzoneado un panfleto electoral con los mismos argumentos que llevó al pleno. Argumentos que carecen totalmente de sentido y de cualquier tipo de prueba. Igual que han puesto una foto de niños jugando en la plaza (lo cual da la razón a la Mesa Vecinal en sus reivindicaciones de apertura de las pistas de los colegios), podrían aportar fotos de adultos jugando al fútbol, de las señoritas haciendo la calle, de los grandes grupos haciendo botellón.... Pero no pueden porque todo es una burda mentira de cuatro vecinos xenófobos a la que la Asociación de Vecinos, y el PSOE, han dado pábulo.

Las plazas son, y serán, fuente de vida, encuento, participación y convivencia vecinal. Y quien quiera paz y tranquilidad debería vivir en un monasterio o en una casa aislada de la civilización, no pedir restricción de libertades ni intervención policial. Eso no va a impedir que los habitantes del barrio, sea cual sea su origen, sigan reuniéndose en la plaza para disfrutar del sol, el aire y la interrelación personal con los demás. 




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